La virtud de saber abandonar

Si hay algo que simboliza el valor del abandono es el póker. Saber cuánto aguantar y cuándo retirarse es la esencia del juego. Los profesionales del póker no confían en las agallas de superar el miedo ni en perseverar en los momentos difíciles para ganar manos. De hecho, los profesionales se retiran más de la mitad de las veces, mucho más que los aficionados. Los novatos, por el contrario, solemos jugar casi todas las manos. Nos mueve la necesidad de ver si podemos conseguir una escalera milagrosa y el miedo a perder lo que hemos apostado. ¿Cuál es el resultado más plausible? Normalmente perdemos la camisa o tenemos un inexplicable golpe de suerte.
En la narrativa del éxito, solemos dejarnos llevar por un sesgo hacia los «ganadores». Nos fijamos en la inspiración de las historias de éxito, como esa mágica escalera de color de última hora. Lo que no destacamos son las personas que se quedaron en el camino buscando su objetivo, lo que podríamos llamar “fracaso”.
Sin embargo, saber renunciar es una sabia decisión ante situaciones cambiantes. Abandonar se ha convertido en una destreza vital.
Pensemos, por ejemplo, en el alpinismo. Cada año, muchas personas intentan ascender a la cima del Everest. Algunos lo consiguen, pero bastantes fallecen, víctimas del famoso ambiente hostil de la montaña. Todos se consideraban personas tenaces y perseverantes; algunas alcanzaron su sueño y otras sucumbieron a su destino.
También hay escaladores que llegan casi hasta la cima de la montaña más alta del mundo, se dan una vuelta y abandonan porque las condiciones se vuelven inseguras. Son personas que toman una decisión que a menudo les salva la vida.
Si hay algo que aprender de estos sensatos escaladores y de los profesionales del póker, es lo siguiente: abandonar puede ser una virtud. Y, desde luego, no es algo de lo que haya que avergonzarse. Saber cuándo abandonar y cómo hacerlo es una habilidad que distingue a las personas más sensatas y a los profesionales que alcanzan buenos resultados.

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