El prestigioso psicólogo Carl Jung, famoso por su teoría de la personalidad basada en las cuatro funciones psicológicas básicas (pensar, sentir, intuir y percibir), decía: «Cuando tienes miedo, te quedas petrificado y mueres antes de tiempo«. Afrontar cualquier situación de cambio sin comprender y aceptar la realidad merma nuestras posibilidades de éxito. Sin embargo, hablar de aceptación no es popular, sobre todo, cuando lo relacionamos con mejorar nuestras habilidades de gestión del cambio o liderazgo. ¿Cómo vamos a estar dispuestos a cambiar algo si no aceptamos su existencia o necesidad? Saber aceptar la realidad es clave para lograr nuestras metas. Tal vez sea la manera más inteligente de establecer desafíos y ganarlos. La clave está en aceptar la realidad como es, no como nos gustaría que fuera.
Hay que ser valientes para gestionar el cambio pero, sobre todo, hay que ser valientes para aceptar la realidad que condiciona nuestras decisiones. ¿Cómo?
De manera cotidiana nos vemos construyendo planes de futuro sobre datos irreales, rechazamos propuestas porque no responden a nuestros sueños, forzamos cálculos presupuestarios para que cuadren con nuestras expectativas. ¿Qué pasa con la realidad? A menudo, la realidad nos supera, nos abofetea y nos pilla sin planes de contingencia. Nos barre. Además, desconsiderar la realidad genera toneladas de frustración porque estamos muy insatisfechos con los resultados que obtenemos, las circunstancias que definen el contexto y las personas involucradas. ¿Te has parado a pensar la cantidad de energía y tiempo que derrochamos luchando contra la realidad, en lugar de enfocarnos en las oportunidades disponibles?
Hay que ser valientes para gestionar el cambio pero, sobre todo, hay que ser valientes para aceptar la realidad que condiciona nuestras decisiones. ¿Cómo?
- Aceptando los resultados: Hasta que no admitimos lo que ha pasado o puede pasar, por muy malo que sea, no avanzaremos. Podemos quejarnos, culpar a otros, culpar a nuestra mala suerte, pero hasta que no aceptamos lo que acontece, no hay progreso. No se trata de admitir la derrota sin más, se trata de concentrar nuestra energía en lo que importa: ¿qué vamos a hacer? Sólo así, estaremos en disposición de analizar las causas y construir soluciones válidas.
- Aceptando las circunstancias: No podemos controlar todo; hay variables que escapan a nuestro ámbito de influencia y conocimiento. Admitir que fallamos en nuestras predicciones es un buen comienzo. Nos cuesta aceptar que lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos, y por eso seguimos centrados en los detalles, dedicando más tiempo a la calderilla que a los billetes. Vivimos y trabajamos en un entorno cargado de incertidumbre. En el terreno profesional tendemos a pensar que podemos controlar casi todo. La sensación de control procede de nuestra capacidad para interpretar el mundo que nos rodea y, hoy más que nunca, su complejidad nos impide acometer análisis certeros. Debemos aceptar que la frustración es parte del juego y no obsesionarnos con lo que hemos perdido sino enfocarnos en lo que podemos ganar a partir de ese momento. Debemos reconocer que nuestra vida tiene un cierto grado de imprevisibilidad, es decir, no siempre debemos culparnos por lo que nos sucede. Ganar resiliencia frente a la frustración nos ayuda a gestionar la incertidumbre, pero entender la importancia del contexto es vital: es decir, cómo entendemos cuáles son nuestras opciones desde nuestras reacciones ante lo incierto.
- Aceptando los errores: Nadie es perfecto. En las empresas, tenemos miedo a los errores porque lo asociamos con la incompetencia. De hecho, pensamos que el éxito viene de la mano de los expertos infalibles, no de los aprendices o los que a veces cometen errores. En contra de la creencia general, aceptar que los colaboradores pueden fallar en algunas ocasiones no disminuyen su nivel de desempeño. Poder errar abre la puerta a probar y aprender cosas nuevas. La implicación de los diferentes niveles jerárquicos con esta tolerancia al error es vital para producir un entorno donde se pueden acometer nuevos proyectos que a veces pueden presentar deficiencias pero que todos contribuimos a ponerlos en la senda de la rentabilidad. ¿Qué pasaría si preguntáramos a nuestros colaboradores qué errores han cometido buscando nuevas maneras de hacer? ¿Y qué han aprendido? Probablemente, no haya mejor manera de humanizar el trabajo; solo una máquina aspira a no tener error alguno. No se trata de banalizar el buen desempeño del equipo. Hay procesos o tareas donde no debemos ser tolerantes a los errores, pero no en el resto. Imaginemos una organización donde se reta a la gente a intentar resolver problemas hasta que, por ejemplo, han fallado cinco veces. Si no están fallando es que no están probando y, por lo tanto, no están aprendiendo.
De manera cotidiana nos vemos construyendo planes de futuro sobre datos irreales, rechazamos propuestas porque no responden a nuestros sueños, forzamos cálculos presupuestarios para que cuadren con nuestras expectativas. ¿Qué pasa con la realidad? A menudo, la realidad nos supera, nos abofetea y nos pilla sin planes de contingencia. Nos barre. Además, desconsiderar la realidad genera toneladas de frustración porque estamos muy insatisfechos con los resultados que obtenemos, las circunstancias que definen el contexto y las personas involucradas. ¿Te has parado a pensar la cantidad de energía y tiempo que derrochamos luchando contra la realidad, en lugar de enfocarnos en las oportunidades disponibles?