Hace 20 años todo el mundo estaba de acuerdo en que el email no era un medio adecuado para tratar asuntos sensibles como negociaciones salariales o evaluaciones del rendimiento. Sin embargo, el trabajo y las relaciones laborales cada vez son más virtuales y ya nadie se cuestiona que el email es uno de los canales de comunicación más relevantes de nuestras vidas.
Aunque aún sea recomendable limitar su uso para determinadas comunicaciones sensibles, está claro que nos podemos beneficiar de su eficacia si antes de pulsar el botón de enviar nos preguntamos ¿puedo hacerlo sin que nos veamos las caras?
Comunicarnos de manera presencial resuelve muchas dudas respecto de la intencionalidad de la comunicación.
¿Has escrito algo en un email que jamás hubieras dicho a la otra persona a la cara? ¿Has enviado información importante por email y te has quedado con la duda de si se ha entendido correctamente?
El abuso del empleo del email como medio principal de comunicación se ha convertido en la coartada perfecta para dar por concluido un encargo o tarea tan pronto como hacemos click en el botón de enviar. Las conversaciones virtuales carecen de los matices más importantes de la comunicación: las reacciones automáticas del receptor de nuestro mensaje, su expresión facial, mirada, posición frente a la pantalla del ordenador, etc.