La norma es clara: “En espacios públicos y privados de uso común los animales domésticos deben circular acompañados y conducidos mediante cadena o cordón resistente que permita su control; además irán provistos de bozal cuando sus antecedentes, temperamento, características o la situación lo aconsejen, bajo la responsabilidad de su dueño/a o cuidador/a”.
Sin embargo, con demasiada frecuencia, cuando paseo por la calle me tropiezo con perros sueltos que, como consecuencia de su sobreexcitación por salir a pasear después de llevar demasiadas horas encerrados, se me echan encima, me olisquean o incluso babean. Cuando protesto o indico al dueño que se haga cargo de su mascota, recibo comentarios como: “no se preocupe que mi perro no hace nada”, “tranquilo que, a pesar de su apariencia, no muerde”, “no se asuste que solo es un perro” o “¡no se ponga usted así (y un insulto)!” Quien me conoce sabe que amo a los perros. Mi comentario va dirigido a sus dueños.
Déjame que te ponga otro ejemplo. Vas paseando y, de repente, se aproxima de frente un grupo de tres personas caminando en paralelo, ensimismadas en su conversación, ignorándote y cuando llegan a tu altura o te echas a un lado o te atropellan. Este caso también sería aplicable a los caminantes que sólo miran al suelo y o te apartas o te chocas con ellos. ¿Por qué soy yo siempre el que se percata de la existencia de estos viandantes y cedo el paso? Lo cierto es que, en alguna ocasión he hecho el experimento de parame y ver su reacción y me ha pasado de todo: desde palabras malsonantes, miradas amenazadoras de liarse a mamporros conmigo (por suerte mi metro noventa les disuade), hasta gente que se choca y continua como si nada.
No puedo dejar de mencionar situaciones similares en lugares públicos como parques o la playa, cuando acampa un grupito de personas y deciden ambientar el lugar con música (de su gusto) usando altavoces con amplificador. Si se te ocurre abordarles para pedirles (ya no que lo apaguen) que bajen el volumen, lo primero que te sueltan es “esto es un sitio público y puedo hacer lo que me da la gana” o “si le molesta, váyase a otro sitio”. ¿Qué pasaría si yo decidiese poner mi música a su volumen? ¿Cómo reaccionarían?
Vivo en Madrid y suelo pasear por el parque Juan Carlos I. Allí es fácil cruzarte con infinidad de señores caminando sin camisa, personas corriendo sin camiseta sudando y pasándote tan cerca que a veces te salpican. Luego están los de las bicicletas que van dando timbrazos para que te apartes de su camino. También están los grupos de paseantes conversando a voz en grito que no te dejan ni escuchar la música que llevas en los auriculares. Por supuesto, también están los de los perros sueltos.
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos estamos dejando llevar por los comportamientos invasivos y faltos de respeto? ¿Por qué lo permitimos? ¿Por qué ya no está de moda ser educado y respetuoso con los demás?
Ahora, por favor, traslada estos ejemplos y comentarios al mundo de la empresa. Piensa en situaciones donde se superan los límites de la tolerancia de un mínimo de respeto y consideración frente a la organización, sus valores su cultura y sus representantes.
Por ejemplo, la persona que se pone a hablar por teléfono a gritos, en el espacio abierto de trabajo, con su madre para ver que hacen para comer en el fin de semana. El que tiene el móvil con todos los sonidos y alertas activadas a pleno pulmón y no para de sonar y sonar. El ultra borde que cuando vas a pedirle algo se convierte en un erizo y te lanza púas como dardos envenenados.
Qué me dices del personaje que acude a las reuniones sin leerse nada y opina de todo como si fuera un experto y, si se te ocurre pedirle que modere su nivel de intervención, te acusa de coartar su libertar y ser un tirano.
También está el que entra en el despacho sin llamar, interrumpe las conversaciones de los demás y antepone sus asuntos sobre el resto o, cómo no, el que interpreta el “smart casual” como “me visto como para ir a la playa”.
¿Por qué nos sentimos incómodos a la hora de afrontar estas situaciones? ¿Quién está agrediendo a quién? ¿Quién está incumpliendo con lo establecido?
Con esto de ser educados y respetuosos estamos cediendo y permitiendo que estos personajes definan nuestra conducta y nuestra manera de actuar. Así, cuando tenemos que afrontar alguna de estas situaciones, dudamos sobre cómo y qué decirles para que no se sientan ofendidos y, sobre todo, porque nos da miedo su reacción y sus comentarios mordaces contra nosotros.
Pero, una vez más, ¿quién esta trasgrediendo la norma? ¿ellos o nosotros?